mi perra envenenada

Ya sé que no tiene nada que ver con nuestro tema principal, ser mamis, pero necesito contaros lo que pasó este fin de semana, después de todo, mi perra ha sido mi más fiel aiga y compañera en toda esa aventura de ser madre.
El viernes por la tarde llegamos a la sierra dispuestos a pasar un finde fresquito y relajado. Pasó la tarde sin novedad y llegó la hora del baño, masaje y cena de Irene. Mi perra andaba como siempre, arriba y abajo, olfateando cada rincón de la casa y persiguiendo pájaros en la parcela. Esta vez estaba además con ella Linda, una chuchilla pequeñaja y muy espabilada de un añito, propiedad de los tíos de chico. Mi cuñada hizo  una tortilla de patatas y a eso de las diez de la noche me metí en la habitación con Irene para dormirla dándole el pecho mientras los demás empezaban a cenar en el jardín. Las perras jugaban por la parcela.
  A las diez y media Irene estaba dormida. Conecté el baby escucha y salí fuera a cenar con los demás. Mi marido se levantó justo entonces y comentó que nuestra perra llevaba algo en la boca. La semana pasada cazó una culebra. Yo preferí no mirar y me senté a la mesa. Él se acercó a ella y le miró la boca. No llevaba nada pero estaba echando mucha baba. Yo le resté importancia pensando que quizás había comido estiércol otra vez y le estaba sabiendo a rayos. Para quedarse tranquilo mi marido decidió darle un manguerazo en la boca con la ayuda de mi cuñado. A partir de entonces todo fue muy rápido, ahora lo recuerdo como un mal sueño, como algo muy lejano. Mi perra no sólo no mejoró sino que empezó a echar cada vez más baba, más y más baba, esta vez espumosa y de un color amarillo intenso. Comenzó con náuseas muy intensas y no conseguía vomitar anda. Todo su cuerpecillo se agitaba de manera convulsa, intentando vomitar y sin dejar de echar espumarajos por la boca.  Le empezaron a fallar las patas traseras e inmediatamente calló desplomada en el suelo. Yo no podía creer lo que estaba viendo. Mi marido no paraba de repetir: “se nos muere, se nos muere” Le miré las pupilas con una linterna. Las tenía completamente dilatadas. Entonces una alarma dentro de mí se activó. Había que actuar YA.  Se moría. Había que hacer lo que fuese para impedirlo. Comencé a buscar teléfonos de veterinarios de urgencias de la zona de manera compulsiva. En el 11888 nos mandaban a Madrid, a Reina Victoria. Nosotros estábamos bloqueados. La mirábamos impotentes, ella estaba ya inconsciente y con respiración agónica y no éramos capaces de dar con un veterinario cercano. Mi chico se quedó bloqueado, esperaba la muerte entre resignado y sorprendido. Yo no me daba por vencida. Llamó a su primo, que estudia veterinaria, y fue él el que le despertó  de su letargo y le hizo reaccionar. Le dijo que la llevaran inmediatamente a un hospital. En un segundo la cogió en brazos  y la metió en el coche. Mi cuñado se subió con él y salieron zumbando a la carretera de Burgos, al hospital veterinario de San Agustín de Guadalix, el teléfono más cercano que conseguimos. Me despedí de ella con una caricia. Su corazón aún latía.
  Y el resto de la noche pasó a cámara muy lenta. Mi cuñada y yo con el corazón en un puño esperando noticias. Mi suegro diciendo que él no había echado nada en las plantas desde la primavera. Tenía  mataratas por ahí escondido pero estaba intacto. Nosotras sentadas, agarrotadas, esperando noticias. Irene se despertó un par de veces. Fui a ponerle el chupete como una zombi.
  Mi marido llamó a las doce de la noche. Mi reina había convulsionado al llegar al hospital. Le pusieron valium, atropina y urbasón y la dejaron en observación, monitorizada y con un suero para ayudar a que eliminara el veneno. Entonces  me derrumbé y comencé a llorar como una magdalena. Estaba viva.
  Mi churri se ha quedado ingresada todo el fin de semana. La primera noche la pasamos despiertos mirando el teléfono, esperando que no sonase y no sonó. El domingo mi marido la recogió y la trajo de nuevo con nosotros. Es un milagro pero está bien. Ni siquiera le han quedado secuelas. Lo único que tiene es la pata derecha delantera rasurada justo donde tuvo la vía canalizada. No quiero ni imaginar qué hubiera pasado si hubiéramos vuelto a casa sin ella. No lo concibo. De esa manera no.