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40 años de la fertilización “in vitro”: la ciencia de venir al mundo



Louise Brown, la “primera bebé probeta”, cumple 40 años. Con esa técnica nacieron ya ocho millones de niños. Cómo cambió la manera de pensar en la familia, y cómo el tema sigue despertando polémica y discusiones entre médicos y especialistas.

Cuando la británica Louise Brown cumpla años este miércoles, millones de personas podrían dedicar un momento de su día para celebrarlo de una u otra forma, aunque más no fuera que con un silencioso “gracias”.

Es que el nacimiento, hace exactamente cuatro décadas, de esta mujer, llamada “la primera niña probeta” –denominación que no gustó a muchos científicos por ser inexacta y sensacionalista–, fue un avance en la lucha contra la infertilidad, y también abrió la puerta a toda una revolución en la vida de familia a nivel mundial y a la concepción de la reproducción como un derecho y no como un destino o el arbitrio de la naturaleza.

Imagen eliminada.

Brown es hija de Lesley y John Brown, ambos hoy fallecidos, pero también tuvo otros “padres” o tíos, como terminó siendo para ella Patrick Christopher Steptoe, ginecólogo obstetra que murió en 1988 a los 74 años; y Robert Geoffrey Edwards, fisiólogo de la reproducción y biólogo, cuyo deceso se produjo en 2013, a los 87 años, tres años después de haber recibido el premio Nobel de Fisiología o Medicina.

Fueron estos dos últimos los científicos que crearon la técnica que permitió que Louise Brown –y cuatro años después su hermana, Natalie– fuera concebida: la fertilización in vitro. Después de ella, más de ocho millones de niños fueron gestados gracias a ese método de reproducción asistida.

John Brown, camionero de los ferrocarriles británicos, ganó en 1977, en una lotería de fútbol, las 800 libras que permitieron a la pareja recorrer los kilómetros que separaban su ciudad portuaria, Bristol, de la industrial Oldham, cercana a la más conocida Mánchester, para encontrarse con Edwards y con Steptoe, quienes trabajaban en colaboración desde hacía 15 años y habían hecho una carrera en el campo de la medicina reproductiva. El primero había desarrollado un método para fecundar óvulos en laboratorio y el segundo había perfeccionado el modo de extraer óvulos de los ovarios con el uso de un laparoscopio, un instrumento tubular ultradelgado con un dispositivo óptico que permite observar el interior del cuerpo humano y también obtener material de él.

El procedimiento

Lesley Brown, de 32 años, tenía una obstrucción en las trompas de Falopio que impedía que sus óvulos se encontraran con los espermatozoides de John, con quien había intentado tener un hijo durante nueve años. Le extrajeron un óvulo, lo colocaron en una placa de Petri y, gracias a que estaba maduro para ser fecundado (momento en que se puede detectar porque cambia ligeramente su forma), pudo fusionarse con el espermatozoide de John. Mantuvieron el cultivo dos días y medio, y luego el embrión fue implantado en el útero, donde se desarrolló normalmente y estuvo con el monitoreo permanente de Steptoe y de Edwards, quienes habían hecho firmar al matrimonio un consentimiento que incluía la posibilidad de practicar un aborto si había malformaciones en el feto y condiciones de seguridad para el parto, que se realizó con la presencia de guardia policial en el hospital General de Oldham.

Louise lloró por primera vez el 25 de julio de 1978, a las 11.47, tras su alumbramiento por cesárea. Fue filmada y fotografiada desde ese momento hasta el día de hoy cientos de veces porque cada episodio nuevo de su vida es una prueba para la ciencia, como cuando tuvo a sus dos hijos varones por reproducción natural o cuando escribió en 2015 su libro My life as a test tube baby(Mi vida como una bebé de tubo de ensayo). Su existencia sin más problemas que los ordinarios es una prueba de que la técnica de reproducción asistida por fertilización in vitro era buena.

Derivaciones

César A. Sánchez Sarmiento, director médico y jefe del área de medicina reproductiva del centro especializado en fertilidad cordobés Nascentis, destaca tres tipos de derivaciones de este paso científico revolucionario.

Uno está relacionado con los progresos que siguieron a esta técnica de reproducción, principalmente la aparición en 1992 del método de microinyección intracitoplasmática (Icsi, por su sigla en inglés), que permite insertar un espermatozoide en el óvulo para facilitar la fecundación y resolver así algunos de los problemas asociados con la infertilidad masculina, como la escasa producción, concentración o movilidad de los espermatozoides.

Otra derivación tiene que ver con los avances en los estudios genéticos, ya que hoy la técnica in vitro hace posible la evaluación genética del embrión antes de ser implantado en el útero materno para su desarrollo.

“Y también deben analizarse las repercusiones desde el punto de vista de las parejas o de las personas, porque no sólo hay parejas que buscan así tener hijos. La fertilización in vitro ha permitido la instalación de diferentes formas de familia”, destaca. “Es decir, ha evolucionado todo: junto con la fertilización in vitro ha cambiado la sociedad también de una manera bastante paralela, e independientemente de que uno esté de acuerdo o no”, explica.

Polémica y conflictos

Desde que se conoció el caso de Louise Brown a fines de la década de 1970, esta técnica de reproducción asistida ha generado polémica y conflictos éticos. El solo hecho de que no hiciera falta una relación sexual para la concepción abrió el camino de la controversia, que se profundizó décadas más tarde con la posibilidad de congelar embriones para gestionar el tiempo de la implantación y la gestación.

“La primera pregunta fue: ‘Estamos haciendo que óvulos y espermatozoides se junten en un medio ambiente que no es el natural, ¿qué va a salir de eso?’”, describe Sánchez Sarmiento. El tiempo y Louise Brown demostraron que lo que surgió fue un ser humano cuya única excepcionalidad –que, con los años y la popularización de la técnica, dejó de serlo– era la forma de concepción.

Las nuevas tecnologías han hecho de la asistencia médica para la reproducción una actividad lucrativa en el mundo; sin embargo, distintas concepciones legales hacen que los países se diferencien también en precios y en formas de financiamiento. En Argentina, desde el 25 de junio de 2013, rige la Ley de Reproducción Médicamente Asistida, que tiene como fin “garantizar el acceso integral a los procedimientos y técnicas médico-asistenciales de reproducción médicamente asistida”, es decir, “los procedimientos y técnicas realizados con asistencia médica para la consecución de un embarazo”, incluyendo los que comprenden la donación de óvulos o esperma.

Este último punto es uno de los potencialmente más conflictivos, ya que la inexistencia de un registro de donantes en el país impide que muchos niños nacidos gracias a ese aporte de terceros tengan datos relacionados con su identidad, que involucran su salud presente y futura, así como su propia reproducción.

La norma sufrió modificaciones y complementaciones, como por ejemplo el límite de edad de la mujer para la cobertura a los 44 años, en el caso de que el tratamiento implique el uso de óvulos propios, y a los 51 años, cuando el procedimiento sea por ovodonación. La restricción –que para algunos médicos tendría que haber sido mayor– apunta a evitar las complicaciones asociadas a la edad.

“Sin dudas, la filosofía de vida de muchas mujeres ha ido cambiando en estos últimos años. Si antes las mujeres llegaban a la consulta antes de los 30 años, hoy es habitual que tengan 36, 37 o 38 años cuando consultan por primera vez. Pero el reloj biológico no las espera: la reserva ovárica disminuye a veces de manera dramática y las posibilidades de embarazo se reducen o a veces se convierten en casi imposibles”, explica Santiago Brugo Olmedo, especialista en Medicina Reproductiva y director médico de Seremas, que formó parte del equipo que realizó la primera fertilización in vitro de la Argentina. El caso correspondió a los mellizos Eliana y Pablo Delaporte, quienes nacieron en Tucumán el 7 de febrero de 1986.

Para otros especialistas es una actividad que tiene potencial también para atraer pacientes de otros países. “Del exterior vienen a la Argentina para hacer esos tratamientos. En la mayoría de los casos, porque es más económico y el tipo de cambio favorece. Somos muy competitivos, en el país hay centros montados con tecnología equiparable a la que hay en Estados Unidos y con estándares internacionales. También hay países en los que las leyes son más restrictivas”, sostiene Andrea Divita, fundadora en Buenos Aires del Centro In Vitro y vocal de la Cámara Argentina de Turismo Médico.

Más allá de su futura rentabilidad, también se avizoran variantes y nuevos desarrollos que prometen ser igual de sorprendentes que en el pasado. En ese sentido, José Pérez Alzaa, director médico del centro cordobés Fecundart, cuenta que a nivel mundial se está trabajando en “la creación in vitro de óvulos y espermatozoides a partir de células madre”, aunque aclara que actualmente está en etapa de investigación básica. “Equipos japoneses han creado espermatozoides y óvulos a partir de células madre en ratas, las cuales han generado embriones y nacimiento a término”.

Los padres de Louise Brown destinaron todo el dinero que recibieron por dar entrevistas o por permitir la captura en imágenes de su hija a un fideicomiso destinado a ser usado por ella. Ese fue su legado a su primogénita. El legado al mundo es invaluable.