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El duelo 'invisible' de la infecundidad



“Lo superas. A día de hoy, en el fondo, me siento una afortunada por no tener hijos y por poder disfrutar de la vida en primera persona, sin lastres emocionales inacabables”.

Esta barcelonesa, de 53 años, atravesó cuatro fecundaciones in vitro fracasadas y un aborto. Y cuando entendió que nunca sería madre sintió cómo se tambaleaba su estructura como persona, fruto del dolor de la pena. Socialmente, además, se vio desdibujada entre los indeseables estereotipos de la madrastra, la bruja o la loca de los gatos. Su vida entera perdió valor, porque ella, como el mundo a su alrededor, consideraba que ser mujer es igual a ser madre

La infecundidad es un fenómeno creciente en casi todos los países desarrollados, no menos en España. Una de cada cuatro españolas nacidas en la mitad de la década de los setenta del siglo pasado no ha sido madre, y probablemente ya no lo sea. En algunos casos esto es así por elección personal, pero en la mayoría se debe a una infertilidad médica, por imposibilidad de concebir, o social, ante la falta de una pareja en el momento de desear la maternidad.

“Vamos retrasando la edad fértil, que tiene sus tempos, lo fiamos todo a la reproducción asistida, pero las técnicas no son tan exitosas como la gente se cree. Solo consiguen ayudar a un 30% de las parejas que lo intentan, y al final te plantas en una edad en la que ya no hay nada que hacer”, explica Labay, que por su profesión de matrona trata a diario con embarazadas y bebés.

Cuando sus planes de maternidad se diluyeron, Labay buscó ayuda para su estado. El vacío que encontró le hizo pensar que el de la infecundidad es el duelo más “desautorizado e invisible”.

Lo explica así: “La sociedad no lo contempla, ni siquiera ha definido un ritual para afrontar esta pérdida que no es física y que no le ha sido compartida. Eso hace que tantas personas pasen años sufriendo interna y anónimamente un luto invisible que les da en todo su centro emocional”.

Dispuesta a romper el complot del silencio de un sufrimiento intenso, Labay abrió el pasado 8 de marzo un rincón en Internet llamado La vida sin hijos. Emulando a la británica Jody Day ha creado una red de soporte para “las personas que soñaron con tener hijos y como yo, no lo consiguieron”. A través de su web narra sus experiencias, recomienda libros y blogs de mujeres y hombres que tampoco pueden tener hijos. Además, organiza quedadas de mujeres en un grupo de autoayuda, una vez al mes en Barcelona, donde encontrar “la calidez y empatía necesarias para lanzar una nueva mirada y explorar el futuro sin hijos”.

Montserrat Roca es psicóloga especialista en procesos de reproducción y defiende que desear tener hijos y no poder “es de las cosas más estresantes que te puede pasar en la vida”.

Para esta experta el deseo de maternidad/paternidad responde “a un proyecto de vida biológico, psicológico y social. El ser madre-padre te da un rol, un lugar en la sociedad, la posibilidad de ser abuelo. Formar una familia es un paso de culminación en la relación de pareja o en el proyecto vital. A nivel psicológico también es la trascendencia más allá de la muerte”, explica. 

Las personas que no pueden tener hijos sufren una alteración del equilibrio emocional “que genera tristeza, angustia, ansiedad y confusión y en algunos casos desesperación. Es principalmente un proceso de pérdida de control sobre tu vida, sobre la continuidad genética, de la autoestima, la sensación de no estar capacitado para hacer algo tan simple y tan básico como reproducirse”.

Aunque lo comparten menos, ellos (los hombres) lo sufren de manera idéntica, dicen quienes han pasado por ello. Por su parte se pone en duda “su hombría” y se encuentran en una situación de no poder expresar el dolor. En los procesos de fecundación artificial las que enfrentan los tratamientos son las mujeres, pero estadísticamente donde están las dificultades es en los hombres.

Según la psicologa, las fases que atraviesan estas personas son exactamente las mismas que en cualquier duelo: “shock, enfado, negociación, desesperanza y aceptación”. Cuando acuden a terapia “es para entender qué les pasa, comprender por qué no se reconocen a sí mismos ni a sus sentimientos, pensamientos. Principalmente necesitan rebajar el nivel de sufrimiento emocional del proceso“.

Una de las particularidades de este duelo es el hecho que se trata de “un duelo al desconocido hijo que nunca conocerás y por tanto has idealizado”. Otra particularidad es que resulta “más difícil de compartir, porque es una esfera muy íntima de la vida. Acudir al psicólogo puede ayudar, dice Roca, a paliar el “quedarse con las manos vacías”, que es como definen la situación quienes lo atraviesan. La salida suele ser “construir un nuevo proyecto de vida y de la relación de pareja”.

La sociedad juega también un papel relevante a la hora de facilitar la recuperación. “La fertilidad no solo se circunscribe al ámbito privado, sino que afecta a niveles de índole cultural, familiar, social, antropológico, económico...”, recuerda Roca.

Gloria Labay, por experiencia, tiene algunos consejos que dar. “Desde no regalar muñecas a todas las niñas hasta enseñar en los libros de texto mujeres que no son madres a dejar de preguntar a todas las parejas de nuestro entorno cuándo van a ser padres y de repetirles a las mujeres que se les va a pasar el arroz”.