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Anaclaudia: “lo más duro fue mantener la cabeza a raya, no desalentarme con el negativo ni dejarme llevar con el positivo”



La idea de ser madre me rondaba por la cabeza desde hacía años, pero iba y venía por temporadas, a veces me apetecía, y otras, prefería priorizar otros ámbitos de mi vida, poco o nada compatibles con la maternidad. Este sentimiento fue creciendo con el tiempo. Durante estos años también fui tía, y descubrí un mundo de sentimientos que ignoraba por completo. Un cariño especial, un amor incondicional.

Poco a poco me empecé a fijar en las mujeres embarazadas que me encontraba por la calle, en las mamás con bebés, y a medida que todo esto crecía en mi interior yo me encontraba más vacía por dentro. 

Durante estos años tuve una pareja y decidimos empezar a buscar bebé. Más o menos a los 6 meses de intentarlo yo comencé a sospechar que algo no iba del todo bien y fuimos al médico. El diagnostico: teratozoospermia, pocos espermatozoides, lentos y feos para que nos entendamos. Ahí comenzamos el duro camino de los tratamientos. Hicimos dos Inseminaciones Artificiales por la Seguridad Social, con muchos problemas en las muestras y en los ciclos, porque yo generaba quistes después de cada tratamiento, y para volver a intentarlo teníamos que esperar varios meses.

Durante este tiempo la relación de pareja se fue deteriorando, demasiada presión para quien no está acostumbrado más el sentimiento de culpabilidad pudieron con él. Una noche me sentó en el sillón y me dijo que no me quería a mí, que no quería un hijo y que no quería vivir conmigo. Demoledor. Esto fue a los 15 días del último tratamiento.

Me considero una mujer luchadora, nunca me he resignado a nada y el no tener un hijo no iba a ser lo primero. Deje pasar el tiempo que necesité para curar mis heridas, para fortalecerme psicológicamente y decidí continuar con el camino de la maternidad en solitario. 

Una gran amiga fue la primera persona en saberlo. Hace años que está a mi lado. Ella siempre me ha dado el aliento cuando lo he necesitado, me ha apoyado en las grandes decisiones de mi vida y me ha demostrado sobradamente que siempre, siempre e incondicionalmente, puedo contar con ella. Después se lo comenté a mis padres, a mi madre concretamente. Ellos, a pesar de ser personas mayores, me brindaron todo su apoyo y cariño en este camino. Incluso se ofrecieron a pagar los tratamientos, cosa a lo que me negué en rotundo. 

Tengo que decir que, en general y salvo una persona, todo el mundo ha estado encantado. Mis abuelas, de 95 y 97 años, entre ellas. Mis tíos/as, primos/as, amigos/as, compañeros/as de trabajo, todo el mundo me ha demostrado su respeto por mi decisión y su apoyo. 

La decisión estaba tomada. Esto fue en abril de 2009. Fue una decisión dura, muy dura, porque lo primero que tienes que hacer es matar el amor romántico, y dejar de pensar en la maternidad con una persona que te apoya. Además tienes que luchar con tus propios fantasmas, si serás una buena madre, si podrás con todo, si económicamente te lo puedes permitir, cómo se lo explicarás al bebé el día de mañana, si es una decisión egoísta, si el niño necesita un padre, y un largo etcétera  de cuestiones que socialmente has ido construyendo. 

Imagino que todos sabréis que la vida puede ser muy dura, y te quita en ocasiones lo que más quieres, pero también es una cómplice de excepción, y te sorprende a la vuelta de cualquier esquina. Bien, pues eso hizo conmigo.

En mayo de 2009 fui de viaje a Barcelona y aproveche para llamar a un amigo al que hacía tiempo que no veía. Resumiré diciendo que una cosa llevo a la otra y terminamos pasando esas vacaciones juntos. A los 15 días se vino a Madrid a verme.

No me parecía honesto que siguiera la relación sin comentarle la decisión que había tomado, así que una noche le conté todo. Que quería ser madre, que la decisión estaba tomada, que entendía que no quisiera volver a verme y que saliera corriendo. Que no había problema, que seguiríamos siendo amigos.

No solo no salió corriendo si no que me acompañó a todas las pruebas que pudo y estuvo conmigo en el tratamiento. 

Hice una IA con donante anónimo en una clínica de Madrid, y tuve la grandísima suerte de quedarme embarazada al primer intento. El 15 de noviembre de 2009 me hice el test de embarazo estando sola en casa. Cuando vi las dos rayas no me lo podía creer. Estuve todo el día tumbada en el sillón, acojonada de miedo, con la cabeza a mil por hora, pensando y repensando que no era cierto, que el test estaba mal. Seis tests después y dos ecografías me hicieron creer que era cierto. 

Lo que más me costó del tratamiento fue mantener mi cabeza a raya, no desalentarme cuando pensaba que era negativo ni dejarme llevar cuando creía que era positivo. El chute hormonal es muy duro de controlar. Ver pasar los días lentamente en el calendario, sentir a cada rato algo diferente, tener miedo de que fuera negativo y tener miedo de que fuera positivo. Saber que los dados están el aire y que tu vida puede cambiar para siempre. 

Vivimos el embarazo juntos, pero siendo ambos conscientes de que el bebé era mío, solo mío y de mi única y exclusiva responsabilidad.

El día del parto entró conmigo mi amiga y él vino a ver al bebé como un amigo más al hospital. La primera semana de vida del bebé se quedó con nosotros en casa, y fue un apoyo fundamental para poder tirar para adelante. No quería irme con mis padres, con los que me llevo fenomenal, porque no quería cargar a mí madre con tanto trabajo, además, no quería perder ni un ápice de mi independencia y consideraba que cuanto antes nos organizáramos mi hijo y yo mejor para los dos. 

Nosotros creíamos que cuando el niño naciera nuestro amor se dividiría y que poco a poco la relación se iría disolviendo. Pero cuando nació el niño el amor se nos multiplicó y comenzamos a sentir cosas nuevas el uno por el otro, un cariño muy profundo que yo no había sentido por nadie antes, un respeto increíble hacia la otra persona que me había ”consentido” hacer realidad mi deseo de ser madre, y a él le pasó lo mismo. El bebé se convirtió en el centro de nuestras vidas, era doloroso separarse de él, nos unía profundamente, éramos más, pero sobre todo éramos mejores siendo tres. 

Han ido pasando los meses, hemos reído y hemos llorado, hemos ido consolidando la relación, y sobre todo nos hemos demostrado que tenemos futuro juntos, que lo que hemos pasado no lo supera cualquier pareja, y este mes, hemos comenzado nuestra vida de convivencia.

Hemos construido a nuestra medida la relación, en función de nuestras necesidades y de ir dando tiempo al tiempo, de consentirnos ser diferentes, de empezar por el tejado, y somos felices, porque nadie, ni la vida, ni el tiempo, ni la distancia han podido con nosotros. 

He sido madre sola durante 19 meses y han sido los más intensos y duros de mi vida. Mis prioridades ya ni recuerdo las que eran. He tenido que organizar mi vida totalmente, cambiar mí casa, priorizar mí tiempo, hasta ducharme era una aventura. Mi hijo es un bebé muy bueno, pero muy dependiente y me reclama constantemente, mientras que él está despierto es imposible hacer nada, todo hay que dejarlo para cuando duerme. Todo ha sido para mi durante estos meses (salvo los fines de semana que mi pareja venía a Madrid), cumplir los horarios, cuidar la alimentación, recordar las citas médicas, las noches sin dormir porque tenía mocos, toses, pedos, le estaban saliendo los dientes o simplemente porque no le daba la gana. Pero también las risas han sido para mí, los abrazos, los besos, la complicidad que hay entre nosotros. Nadie conoce al bebé como yo. Sé lo que quiere con mirarle. Sé lo que necesita sin que me lo diga. Por su forma de llorar sé si tiene hambre, sueño, dolor o morriña de madre. He sido testigo de excepción cuando comenzó a gatear, de sus primeras palabras, de sus sonrisas de madrugada. 

Mi recomendación para otras posibles madres serían dos. Primero que se rodeen de buena gente, porque somos humanas y a veces no se puede con todo, y no pasa nada, alguien te puede ayudar. Y la segunda que adelante, que es duro no, durísimo, pero que te compensa todo, lo bueno, lo malo y lo peor. Que tener un hijo sola no es un acto egoísta, todo lo contrario, es el mayor gesto de altruismo que se puede hacer. 

Me he equivocado muchas veces en mi vida pero mi hijo es mi mayor acierto. Es una frase hecha pero es verdad que mi vida sin él no tiene sentido, yo no quiero vivir si él no está, lo es todo, he luchado por tenerle, por amarle hasta cuando me saca de quicio, por comprenderle sin que me hable, por perdonarle cuando no me deja dormir… Ya solo me queda hacer una cosa por él: darle un hermano o hermana…