SANTA MARÍA DE LEYRE
MADRE DE LA DIVINA PROVIDENCIA

Aunque en la Regla de San Benito no exista ninguna referencia mariana, debido a distintas circunstancias de la época, eso no implica que la figura de María no haya estado presente en la tradición monástica benedictina. Todo lo contrario. Bástenos recordar a modo de ejemplo cómo la invocación “Regina monacorum” (Reina de los monjes) se viene prodigando desde antiguo en los monasterios, y que bajo nuestra Regla militaron los santos Anselmo y Bernardo, cuya influencia ha sido capital en la devoción mariana. O todas esas abadías, que desde tiempo inmemorial están dedicados a la Madre del Señor, tales como: Montserrat, Montevergine, y Einnsiedeln, entre otras. Así como la casi totalidad de los monasterios cistercienses. Por no hablar de la preciosa salve, que dedicada a su Virgen Madre, entonó el Prior de la comunidad mártir de El Pueyo ante el pelotón de fusilamiento.
Leyre tiene también su “Virgen”, cuya imagen preside la iglesia abacial. Una imagen moderna, para la advocación que lleva el nombre del monasterio. Advocación que va tomando día a día mayor cuerpo de tradición, siendo ya cada vez más frecuente entre las niñas el nombre de Leyre. Si bien esta tradición tiene también su precedente histórico, pues desde siglos atrás la presencia de María se ha sentido muy viva en nuestro cenobio legerense. Y esto es así, porque sencillamente en una casa dedicada por entero a Jesucristo Salvador, no pueden faltar ni el recuerdo ni la devoción hacia su Santísima Madre. Además de lo que a ello pudo contribuir la presencia del Cister en Leyre durante más de cinco siglos.
Desde antiguo, lo mismo la historia documentada, que otras narraciones legendarias nos hablan de imágenes de la Santísima Virgen veneradas en nuestra abadía. Algunas de ellas desaparecidas, como fruto de los distintos avatares que han jalonado su historia, desde el cambio de observancia en el siglo XIII, hasta la malhadada desamortización de 1835, pasando por las consabidas incursiones de los amigos de lo ajeno…
Evidentemente el arte nos ha dejado la mejor crónica, ésta escrita a golpe de gubia o a trazos de pincel, de la presencia mariana en Leyre. Nos basta con mirar el tímpano de la puerta Speciosa.
Entre esta rica imaginería, destacan evidentemente las tres representaciones más veneradas de María. Una, la que preside nuestra iglesia, y las otras dos en el interior de la clausura monacal. Tres imágenes en las que la Virgen aparece como Madre, siempre en referencia a su Hijo Jesucristo, pero con la mirada puesta en todos nosotros sus hijos de adopción.
En la capilla interior del claustro alto, tenemos una expresiva imagen sedente de María, con el Niño sobre su halda. Éste, señalando a su Madre, se vuelve de lado hacia San Juan Bautista niño, que de pie y acogido también al regazo de la Virgen, le acerca sus manitas. Una buena representación, de María como Mediadora, fechada en el siglo XVI, y que años ha estuvo en el retablo -actualmente vacío- situado al fondo de la iglesia. Hoy tiene como marco un sugestivo ventanal románico del muro exterior de la iglesia que linda con el monasterio.
Otra preciosa imagen de la Virgen, es la que presidía el desaparecido retablo mayor de nuestra iglesia, antes de la desamortización. Y que hoy tenemos en un ala del claustro superior. Se trata de una representación mariana del XVII. Hermosa talla estofada al gusto de la época, con un rostro dulcemente expresivo, que asemeja una adolescente de porte principesco, con el Niño sentado sobre su brazo izquierdo. Su estilo, idéntico al que presentan las Santas Nunilo y Alodia en su retablo de la capilla del Santísimo, inclina a pensar en Juan de Berroeta, como su autor. Esta imagen es ante la que rezamos y cantamos –en Gregoriano- nuestras particulares “flores” de mayo.
Y finalmente, nuestra “Virgen” más conocida, por hallarse, desde su colocación y bendición, el año 1973, en el ábside central de la iglesia. Se trata de una imagen sedente, policromada, de 1,70 m. de altura, obra del escultor valenciano López-Furió, en un neorrománico que quiere imitar a las Vírgenes del siglo XIII. Aparece coronada como Reina y presentándonos a su Hijo que, sentado sobre su rodilla izquierda, lleva en una mano el libro de los Evangelios, mientras que con la otra imparte su bendición.
Fue bendecida en la solemnidad de la Asunción -15 de agosto- de 1973, fecha en la que podemos decir nacía o tomaba cuerpo definitivamente la advocación de Santa María de Leyre. A la vez que volvía una imagen de la Virgen a presidir nuestra iglesia, un deseo que la comunidad abrigaba desde hacía tiempo.
Ahora, hacía falta extender su devoción y popularidad entre los fieles, cosa harto difícil en Navarra, ya que cada comarca, tiene sus propias imágenes marianas, cargadas de siglos de tradición y de historia. Y asimismo se veía necesario buscar alguna fecha en la que celebrar su fiesta. Así, se halló la feliz solución de enraizar esta nueva advocación dentro de otra tradición mariana de amplia resonancia monástica: la de Santa María Madre de la Divina Providencia, celebrada el 9 de julio.
En una céntrica calle de Roma es muy venerado un cuadro con este mismo nombre. Y coincidió que el 9 de julio de 1837, pasaba por dicho lugar el abad Dom Próspero Guèranger, restaurador de la vida benedictina en Francia y fundador de la Congregación Benedictina de Solesmes a la que Leyre pertenece.
Esa misma tarde iba a reunirse en el Quirinal la comisión de cardenales a quienes el Papa había encomendado el estudio de la proyectada fundación de Dom Próspero. Y providencialmente pasaron en sus carruajes por aquel mismo lugar dirigiéndose al palacio pontificio.
Contemplando nuestro abad el cuadro de Santa María Madre de la Divina providencia, muy adornado y venerado en su fiesta, se encomendó fervorosamente a ella. Y esa misma noche la Santa Sede dio el visto bueno a su proyecto. Pero como éste no fue solamente aprobado, sino que además contó con la estima y bendición del Santo Padre, Dom Guèranger atribuyó dicha aprobación a la intervención de la Virgen. Y por ello profesó siempre una entrañable gratitud y una filial devoción hacia esta advocación romana. Devoción, que nos dejó como rica herencia a todos los monasterios de su Congregación.
De esta manera la Virgen de Leyre goza también de aquel otro título. Y así, también nosotros la celebramos gozosamente cada 9 de Julio, y no solamente los monjes, sino también un buen número de personas, cada vez mayor, que desde muy distintos y distantes lugares se encomiendan a ella. Con satisfacción podemos constatar cómo se va extendiendo más y más el nombre de Leyre, y cómo van siendo ya muchas las personas que ante una enfermedad o dificultad nos piden las encomendemos a nuestra Virgen. 
Particularmente entrañable resulta el caso de no pocas madres que en periodo de gestación se han encomendado a Santa María de Leyre y que han pedido asimismo las oraciones de la comunidad. E incluso el de jóvenes esposas que poniendo todos los medios naturales a su alcance no logran el embarazo deseado. En casi todos, por no decir todos, estos casos el alumbramiento ha llegado felizmente.
Y como una buena parte de estos neonatos son niñas y reciben el nombre de Leyre, éste es ya normal en muchas familias, las cuales con devoción, cariño y agradecimiento a la Virgen, vienen al monasterio para presentarle y encomendarle a sus hijas.