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La joven que vino al mundo hace 19 años tras una Fecundación in vitro, habla con naturalidad.



La joven Natalia habla de la fecundación in vitro con una naturalidad que sorprende. Ella vino al mundo así hace 19 años y sus padres, Nieves y Juan Luis, «nunca me lo ocultaron. Lo sé desde pequeñita», relata con soltura. Esta avilesina, que confiesa no sentirse «especial ni rara, si acaso, muy buscada», fue una de las primeras ‘niñas probeta’ del Centro de Fecundación in vitro de Asturias (Cefiva), que estos días celebra sus 25 años de andadura. Natalia nació el 22 de noviembre de 1994, apenas tres años después de que lo hiciera el pequeño Eduardo, el gijonés que tiene a gala haber iniciado, con su alumbramiento el 9 de mayo de 1991, la estela de la fecundación in vitro en la región. Tras ellos llegaron otros 6.000 niños concebidos gracias a diferentes técnicas de reproducción asistida. Desde in vitro hasta métodos más complejos, como la microinyección espermática, la donación de ovocitos o el diagnóstico genético preimplantacional, por citar algunos.

Cuenta la madre de Natalia, Nieves Varela Martínez, que cuando ella y su marido decidieron recurrir a la fecundación in vitro «era algo muy poco conocido». Pedro de la Fuente y Carlos García Ochoa, impulsores del Cefiva y de la reproducción asistida en el Principado, lo refrendan. Cuando el Centro inició su camino en Asturias, allá por 1989, en España existían una docena de clínicas que se dedicaban a esto de la fecundación in vitro. «Ahora hay más de 130».

A pesar de la excepcionalidad que suponían los entonces llamados ‘niños probeta’, Nieves y su marido, Juan Luis Vega, no lo dudaron. «Queríamos tener un hijo, por lo que no nos lo pensamos dos veces». Antes de pedir ayuda, el matrimonio lo había intentado «por la vía clásica. Estuvimos así varios años. Los médicos me decían que era psicológico. Que ya lo conseguiría». Pero tiempo después Nieves supo que tenía endometriosis y que la posibilidad de quedar embarazada era «casi nula». Se operó y lo siguió intentando. «Pero nada». Así fue como llegó al Cefiva.

Allí le propusieron «sacarme unos óvulos y fecundarlos fuera con el semen de mi marido». Les pareció bien y se pusieron manos a la obra. Nieves, que entonces tenía 30 años, tuvo que aprender a pincharse, algo que hizo a diario durante más de un mes, y gracias a que el Cefiva ya había incorporado la ecografía vaginal, no fue necesario que pasara por el quirófano. Hasta hacía bien poco, las mujeres que se sometían a este tipo de técnicas tenían que soportar una operación por laparoscopia para lograr extraerle los óvulos. El caso es que tras ovulaciones estimuladas, extracciones y transferencias de embriones, nueve meses después llegó Natalia.

«La fecundación in vitro es un gran adelanto de la ciencia», opina Nieves, de ahí que tanto ella como Juan Luis decidieran no ocultárselo a su hija. Tampoco a la segunda niña que tuvieron, Lucía, que sorprendentemente concibieron «de forma natural. Llegó sin que la esperáramos» tres años después, comenta. «Natalia sabe desde pequeñita cómo fue concebida y siempre lo llevó con mucha naturalidad», comenta su madre. La propia joven asiente: «Es verdad. Nunca me sentí ni especial ni rara. Mis amigas y amigos lo saben. Mi novio también. Es algo normal. Está guay», insiste.

No era pecado

Cuando hace 25 años el Cefiva inició su singladura en Asturias, fuera de las fronteras españolas caía el Muro de Berlín, estallaba la plaza de Tianamen y en la Unión Soviética comenzaba a pronunciarse una extraña palabra: ‘Perestroika’. Corría 1989 y en España fallecía Salvador Dalí mientras que la mujer entraba en el ejército. Mucho más cerca, en Oviedo, Stephen Hawing recibía el Premio Príncipe de Asturias y en las salas de cine pasaban ‘Cinema paradiso’ y ‘Nacido el 4 de julio’. Hasta el Cefiva llegaban entonces casi siempre «matrimonios». Con el tiempo y los cambios sociales asociados a la maternidad y la paternidad, el perfil cambió. Empezaron a recibir parejas no casadas, mujeres solas, lesbianas y matrimonios femeninos. Atrás quedaban las reticencias iniciales con las que tuvo que lidiar el Cefiva y que ahora Pedro de la Fuente, director del Centro, recuerda hasta con gracia. «Me tuve que empapar las tesis de la Teología de la Liberación para refutar a los que decían que esto era pecado».