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No sucedió una noche: familia monomarental, testimonio III



Entrevista a Marta Barrio, familia monomarental

Nuestra familia está compuesta por Diego (19 años) y yo, más el resto de familiares y amigos que conforman este ecosistema vital, lo de madre sola no es exactamente así.

Creo que siempre tuve claro que en algún momento de mi vida querría ser madre o por lo menos intentarlo. Tras una miomectomía a los 28 años, apareció la amenazante posibilidad de no poder tener hijos, mi útero dado a alimentar miomas podía impedir la gestación y el ginecólogo me alertó de que tendría que intentarlo en un plazo no demasiado largo de tiempo. En ese momento tenía una relación de 8 años, bastante consistente, hasta que se planteó la posibilidad de ser padres, la situación era clara yo quería, él no, hecho que precipitó la separación.

A los 35 años un amigo me invitó a participar en una expedición al Shisha Pangma -montaña enclavada en el Tíbet-, fue una de las experiencias más increíbles que he tenido, estar desconectada de las prisas, en mitad de la naturaleza, con un mes y medio por delante para hacer montaña, leer, charlar y reflexionar es algo absolutamente recomendable. Y en mi cabeza se seguía cocinando a fuego lento mi deseo de ser madre, ahí tomé la decisión de pasar de la ensoñación a la realidad.

Tener un hijo para mi era intentar proyectar algo de cómo me gustaría que fuese el mundo, de cómo querría que esa personita contribuyera a mejorarlo.  Supongo que hay un poso de narcisismo en ese intento de trascender, además yo soy hija única, por lo que creo que dejar un cierto legado familiar forma parte de ese deseo. Había un punto lúdico también, como volver a ser niña otra vez.

Acceder a la maternidad a nivel físico fue sencillo, tuve mucha suerte, me quedé embarazada en el primer intento con un tratamiento de fecundación in vitro con semen de donante en el otoño del 98. Mentalmente era diferente, la responsabilidad absoluta sobre otro ser humano da vértigo, la verdad. Pero conté con el apoyo de mi entorno y eso es bastante tranquilizador.

Creo que la maternidad en solitario te plantea retos complejos, desde luego de intendencia, España es un país donde las ayudas a las familias son inexistentes prácticamente. En determinados momentos críticos, vacaciones, enfermedad del niño o tuya, tu organización es más precaria y tienes que tirar de imaginación, capacidad de gestión y como un malabarista chino mantener todos los platos en el aire con solo dos manos.

Es necesario que haya un cambio en los planteamientos de nuestra sociedad, desacralizar la maternidad, quitarle ese halo que obliga a la mujer a vivirla con abnegación total, que los niños pertenezcan de alguna manera a la sociedad ya que sin ellos no habría futuro.  No somo heroínas, ni super-woman, aunque a veces, quizás demasiadas, lo parezcamos.

Luego están los retos mentales, nunca he sido miedosa, pero en el momento de pensar como algo tangible el tener un hijo sin pareja, surgió el miedo a una hipotética ausencia mía, al no tener hermanos y unos padres de edad avanzada, me abrumaba la idea de su posible orfandad. Se solucionó simplemente hablando con un buen amigo que sería el responsable del niño si a mí me sucediese algo.

Para mí era importante que la búsqueda de un hijo, no fuera sustitutivo de nada, de una familia convencional, de la ausencia de una pareja. Creo que los duelos por lo que no hemos conseguido deben pasarse antes de tomar la decisión definitiva. Ya es suficientemente complejo criar y educar como para traer fantasmas del pasado.

Una cosa es imaginarte como madre y otra muy diferente serlo, normalmente nos presentan la maternidad como algo idílico sobre todo en cuanto a tus sentimientos, parece que ese flechazo que se produce en el instante en que ves a tu hijo por primera vez, va a durar siempre sin fisuras.

Luego como el protagonista de la Rosa Púrpura del Cairo abandonas la pantalla de la ficción maternal para llegar a una realidad menos naif, con su lado oscuro. Extenuante, apasionante, llena de dudas y temores, divertida y no apta para las obsesivas del control. ¡Bienvenida a la ambivalencia! pasas del amor absoluto a desear dar al botón de off, a los cólicos del lactante, a dar el pecho por primera vez al grito de “¡quítame esta piraña que me está destrozando!” y luego sentirte la peor persona del mundo.

Creo que la maternidad es un aprendizaje compartido con tu hijo, divertido y tierno unas veces, estresante otras. Las mujeres tenemos como asignatura pendiente desmontar el sentimiento de culpa que nos inoculan en minidosis desde pequeñas. Aunque desde un planteamiento cerebral, más elaborado, más feminista y político creas que no lo vas a hacer, terminas pensando ¿y si me equivoco o pierdo los nervios? ¿me echará en cara no tener padre? ¿sabré educarle bien? ¿y si no doy la talla cómo madre? Tampoco quieres repetir lo que consideras errores de tu madre. En definitiva, demasiada presión para una sola persona.

Poco a poco te vas relajando y vas disfrutando de esa relación. Luego llega la adolescencia y todo lo que creías haber construido se tambalea, pero es una nueva lección de humildad, no somos el centro de su universo, afortunadamente somos incluso prescindibles en muchos momentos. Es bueno recordar qué si el vínculo y la comunicación son buenos, la relación se va recomponiendo como un puzle aunque la imagen final sea distinta.

Nunca he considerado que tuviera que pedir permiso, ni disculpas a nadie por salir de la ruta preestablecida, creo que una familia monomarental es tan buena y normal como cualquier otra, estoy orgullosa de mi hijo y de nuestra familia.  Y considero que todas estas nuevas familias contribuyen activamente a crear una sociedad más tolerante, diversa y rica.

Diego Barrio, 19 años, estudiante.

Nunca he sentido la necesidad de tener un padre, sinceramente, mi figura masculina siempre ha estado cubierta por mi padrino y no lo he vivido como una falta.

He tenido que explicar mi origen a amigos y compañeros, al no ser habitual, lo entendían pero les costaba un poco asimilarlo, yo era el único con una familia diferente. Les contaba que habías ido a una clínica y que allí te habían puesto semen de un banco y ya está.

Alguna vez he pensado como sería el donante, simplemente por curiosidad, pero sin mayor interés. Aunque creo que estaría bien que la ley contemplase la posibilidad de conocerlos, al final existen lazos biológicos con esas personas y puede haber chic@s que tengan interés en contactar con ellos.

Vivir más rodeado de mujeres, me ha ayudado a ser feminista, a entender las cosas de otra manera, la mayoría de los chicos de mi edad son bastante machistas, la verdad.

Algún día me gustaría ser padre, pero creo que nunca sería donante, le estoy agradecido, pero yo no lo sería.