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Un solo bebé – medicamento, fruto de una ley ” avanzada”



Cuando en mayo de 2006 se reformó en España la ley de reproducción asistida, el gobierno socialista hizo hincapié como gran novedad en que, por primera vez, se regulaba el diagnóstico preimplantacional con el fin de que un futuro hijo pudiera, mediante un transplante, ayudar a curar a su hermano enfermo. El periodísticamente llamado “bebé-medicamento” era un signo de lo avanzada, y por lo tanto conveniente, que era la ley.

Se desviaba así la atención pública de los cambios más sustanciales de la reforma: generación de embriones con fines no reproductivos; vía libre para fecundar cuantos óvulos se quiera, con el resultado de la acumulación de embriones sobrantes; la posibilidad de investigar con los embriones sobrantes o los creados por clonación para este fin.

Hay que tener en cuenta que había muy poca demanda para esta técnica del “bebé-medicamento”, que solo se realizaba entonces en una docena de centros en todo el mundo y había visto la luz apenas cinco años antes.

Ahora llega la noticia de que entre 2006 y 2012 solo ha habido un caso en que esta técnica ha servido para hacer un trasplante que ha curado al hermano enfermo. Según cuenta El País, la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida (CNRHA), que debe supervisar los casos uno por uno, ha recibido en estos casi seis años un total de 40 solicitudes válidas para iniciar el proceso, de las que ha rechazado 9. De las 31 aceptadas solo ha resultado un niño capaz de servir de donante para su hermano.

Sin embargo, pese a lo notorio del fracaso, no se puede hablar de sorpresa. Esta técnica contaba con escasos años de vida cuando fue legalizada en España, pero la poca evidencia científica existente ofrecía unos resultados desalentadores (Aceprensa, 22-02-2006). El Hospital Universitario flamenco de Bruselas, que en mayo de 2005 anunció el nacimiento de los dos primeros bebés-medicamento de Europa, declaró que 61 parejas habían solicitado el tratamiento, 14 habían sido aceptadas, cuatro mujeres quedaron embarazadas y finalmente solo nacieron dos niños “aptos”.

Nunca un solo bebé ha servido para justificar la destrucción de tantos embriones

Un proceso difícil y costoso

La posibilidad de que una pareja que inicia el proceso obtenga finalmente el bebé-medicamento deseado está en torno a un 5%. Además, las probabilidades de que el futuro hijo sea “eficaz” también dependen de la enfermedad que pretenda curar: de un 75% a un 90% en enfermedades genéticas, y de un 30% a un 50% en leucemias. Hacen falta una media de 16 embriones para conseguir tres compatibles con los que se pueda trabajar, aunque esto no significa que alguno de ellos se implante correctamente en el útero y desarrolle su gestación.

Además, como señalaba la catedrática de Bioquímica Natalia López Moratalla, el proceso de seleccionar un embrión compatible exige producir otros que se quedarán por el camino: “la posibilidad de seleccionar exige múltiples hermanos y, para ello, partir de 10 ó 20 óvulos, que serán necesariamente más inmaduros y peores que los que la madre produce, con sus consecuencias para el hijo que se genere por la fecundación de esos óvulos”. Por otra parte, el diagnóstico preimplantacional al que se somete a los embriones para ver si reúnen las condiciones para ser implantados “exige tomar dos células de un embrioncito de tres días que sólo tiene ocho células: un cuarto de su cuerpo, con lo que con frecuencia quedan dañados”.

Por otra parte, la atención mediática que han generado los bebés-medicamento ha eclipsado a otras alternativas que están funcionando mejor, como las células madre adultas. Así lo subrayaba López Moratalla: “lo que no se debe seguir ocultando es que las células de la sangre del cordón umbilical no producen fuerte rechazo; como tampoco lo producen algunas de las células madre de la médula ósea de donante”

Las reformas colaterales

Por mucho que la reforma de 2006 fuera conocida popularmente como la de los bebés-medicamento, lo cierto es que este era solo uno de los aspectos legislados. La ley incluía también la posibilidad de que los embriones sobrantes estuvieran a disposición de la pareja o de la mujer, de forma que pudiera elegir entre conservarlos para un eventual uso, donarlos a otra pareja, destinarlos a la investigación o “cesar en su conservación”. En la práctica, esta posibilidad ha facilitado –por omisión de responsabilidad de la pareja– un arsenal de embriones utilizados como material de investigación o condenados al congelador.

La ley de 2006 favoreció, aunque también de manera implícita, la clonación con fines terapéuticos, al prohibir simplemente la que persigue fines reproductivos. Por último, otra “aportación” de la reforma fue la consagración legal del término pre-embrión, para referirse al de menos de 14 días. El objetivo era desregularizar aún más la circulación y uso de estos embriones.

Como suele ocurrir en el campo de la salud sexual, los argumentos esgrimidos en la reforma fueron más emotivos y abstractos que científicos. Por un lado, se apelaba a la compasión ante el dolor. Cuando la reforma pasó el trámite del Congreso, El País (17-02-06) se felicitaba porque “con la ampliación del número de óvulos que se pueden extraer y fecundar (aunque no implantar en una sola vez) se pretende evitar el sufrimiento de las mujeres, que deben someterse a distintos ciclos de estimulación antes de conseguir quedarse embarazadas”. Nada decía del incierto final de los óvulos sobrantes.

En el caso de los bebés-medicamento, el dolor psicológico de la madre que veía cómo su niño sufría una enfermedad incurable servía para justificar la concepción de un nuevo hijo con fines terapéuticos. Ahora el mismo diario señala, en un curioso ejercicio de alienación periodística, que “hay quien cree que se exageraron las expectativas” (El País, 07-01-2012).

En su día, se objetó a la entonces ministra de Sanidad, Elena Salgado, que la técnica de los bebés-medicamento carecía “de justificación clínica y social”, aunque ella se defendiera aludiendo a las “posiciones pseudomorales” de sus críticos. Sin embargo, el tiempo se ha encargado de demostrar que ni existía tanta demanda social ni se podía esperar tanto de esta técnica. Nunca un solo bebé ha servido para justificar la destrucción de tantos embriones.